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La poesía y tú

28 octubre 2010

La poesía y tú

Vagando voy por la penumbra de tu vida
y sólo escombros encuentro;
¿ Acaso ya la lumbre de tu destino no obedece
tu mirada/
cual claro de luna te nombraba
en la canción de tu glorioso futuro,
y tus lágrimas no levanten ya más
olas de pesadumbre?

¡Va querida! Que solo hay una amante
que por ella mi vida daría;
¿Porqué te aferras a lo imposible?
Lo que la vida da, ella inclemente
lo arranca.

Allí viene por mí ella – la otra –
por mí viene
y tú de celos enfureces.
Por mí, por mí viene,
la dulce amada,
la de la dulce tonada.

No llores niña mimada,
no ves que a mí se me dio primero
el don de brillar como lucero
de escuchar la mirada de los ángeles
y recabar en ella las imágenes
que ruborizan tu espíritu.

¿Acaso no has mirado a un poeta doblado
en la mesa del sucio estanco – llorando –?
¿No lo has visto gimiendo, hambriento
en el barrio latino – allá en París – o rondando
como perro flaco en la carne asada
de la Racachaca, a la espera de un aliviane?

Y borracho, en el fondo del cristal de su alma,
como si nigromante fuera,
ve cómo se va de su vida una musa,
en el rojo escenario de su pasado,
y aún así se resiste a caer
ante la indiferente mirada de los cadáveres
que aún caminan.

Por eso, por ella,
yo cantaré,
yo volaré,
yo viviré.

Por esteros y senderos,
gritando caminaré
cantando a los luceros
mi melancolía.

Cantando a mi amante,
a quién tú, mujer,
a muerte celas;
La Poesía.

Hablando como los grandes hablan,
gritando como las estrellas gritan,
gimiendo como la humanidad gime,
deslumbrando como una supernova,
cantando como un gorrión en celo.

En armonía con los astros,
con la música de la risa y del llanto,
así viajaré trovando al son del arpa
con sentimiento de dios latino.

Sin ti no puedo vivir, pero sin ella
– la poesía – mi musa,
eterna música que me sostiene,
jamás podré decirte cuanto te amo.

Sin ella no podría llamarte
y decirte que contigo volar quiero
a esos lejanos mundos,
por mares y cielos abriendo,
los ojos hacia el horizonte,
lleno de soles
hechos para los dos.

Déjala tranquila mujer, déjala en paz,
déjala que me posea, tolérala,
jamás podrás competir con ella,
y si tú impusieras tus caprichos,
me perderías amor,
ella es más tirana que tú.

Tan vasta es la nobleza de su espíritu,
que ella,
me ama tanto para que yo,
a pesar de todo
pueda seguir amándote.

Managua, Enero 2007
Tomado de su libro «Los colochos de mi taller y Otras virutas»


El poeta y su amada

28 octubre 2010

Amantes

Mi amado es para mí un manojito de mirra, que reposa entre mis pechos.”
Cantar de los cantares 1:13

Entre aromas y amores
he visto la música y olfateado los
colores,
el sonido del mirto he escuchado
y el amor he visto entrar en
mi alma desnuda.

Escuché a mi amada exclamar:

Amado mío, mírame, hermano mío,
tómame
quiero entrar a ese tu mundo raro
que sólo a ti se te permite penetrar.

Los labios de mi amada
son como dos rosas pálidas que él
sol ha dejado en sus tallos,
su cuello como columna de mármol
se inclina hacia delante
como si no pudiese soportar el peso
del sufrimiento que alberga su alma.

Era el rostro de mi amada
que en sublime movimiento me
hablaba,
eran para mí sus expresiones
nubes pasajeras que cobijan la cara
del sol y la hacen más bella.

Una mirada con ojos titilantes
que revela sufrimiento profundo
añade belleza a su rostro,
por más tragedia y dolor que refleje.

Mientras que el rostro apagado
pasión misteriosa no oculta, no es hermosa,
por más armoniosas que sean sus líneas.
La miel no atrae nuestros labios
a menos que antes hayamos sentido
el dulzor del ámbar de su ambrosía.

Oí que mi amada decía:

Háblame amado mío,
profeta mío,
y enséñame qué ves en el futuro antes
de que ocurra;
no dejes que el destino me aparte
de tu lado.

El nigromante le respondió:

Cuando Venus besaba mi alma de cristal,
Júpiter escribía la palabra de mi destino
en las mansiones del Olimpo.
Y si la vida cruel e insolente nos llegase
a separar, veré tu espíritu vagar
a mí alrededor como un gorrión sediento,
que desesperado aletea sobre el ojo de agua.
¡Oh! ¡Cuán grande ha sido mi amor por ti
y cuán grande su misterio!

La poetisa preocupada al aedo reclamó:

La sed de mi espíritu es más dulce
que el jugo de la caña,
y el temor que tiene mi alma de perderte
más profundo es que el mismo mar.

Pero, óyeme, amado poeta,
me paro en el dintel de tu puerta,
nada sé que hay dentro de tu morada.

Soy como una ciega que camina sin su lazarillo,
mas lo único que sé es que te amo,
que feliz te serviré y con mis pechos te arroparé,
te daré lo que una triste mujer puede darle
al más fuerte de los hombres.

El rapsoda respondió:

La sed que llevas en tu pecho, niña mía,
es más ligera que la seda
que cubre el velo de tu espíritu
y más valiosa que el oro de Salomón.

Yo apenas soy como el ciego
que camina sin su báculo
y reza para no caer.

Mas tú amada, puedes caminar
alegremente en tu sendero alfombrado
con perfume de sándalo
pintado con el dulce sabor de la begonia.


Ella, inconforme hablóle al vate clamando:

¿No me digas que la Vida jugar con mi
destino quiere?
¿Es justo apartarse del hombre que amo
para que su gloria alcance y yo me dedique
a mis afanes de ama de casa?

¿Acaso ya mi vuelo terminó?
¿Será que nuestras almas transformaron
la bruma de la noche en un ciclón alocado
que nos arrancó de raíz y nos barrió
a las profundidades de la tierra
como si de aserrín fuésemos?

¡ No, no, me resisto!

Los momentos que el amor nos mantuvo juntos
fueron más grandes que los siglos
y si la muerte nos quiere a los dos
ella nos unirá.

Dime amado mío:

¿Que será después que tú has sido a mi alma
ungüento de Qatar y sombra del Líbano,
rayo de esperanza en mis ojos,
dulce sonata a mis oídos
y alas para mi corazón?

El poeta seguro de su misión a su amada calmó diciendo:

Seré lo que tu desees amada mía.

Ella, más sosegada díjole:

Sígueme amando
como amas tus melancólicos pensamientos,
como un pajarillo recuerda su estanque,
como la hierba se yergue al sentir los rayos
del sol,
como la luna enamorada
se quiebra al oír el canto
quejumbroso de la mar serena
y como aquel rey sabio que ama a su pueblo.

Entonces, el bardo sereno finalizó diciendo a su amada:

Mi alma arropará la tuya
y te amaré como ama un infante
en los dulces pechos de su madre.

Te amaré como ama una rosa
cuando se abre en pampa
ante los rayos del sol.

De mi alma piadosa haré una residencia
para tu belleza,
y cantaré tu nombre
como un trovador le canta
a los héroes de su pueblo.

Escucharé el oleaje de tu alma
como el marinero desesperado escucha
el canto de la sirena.

Te amaré como el sacerdote ama
el canto de la campana
de su iglesia aldeana.

Te extrañaré como el extranjero,
que como poeta melancólico añora
la lejanía de la tierra que le vio nacer.
Te recordaré como el rey sin corona
que triste en la noche extraña
el día de su gloria.

Te daré mi existir
como aquel prisionero
que un siglo daría
por una hora de libertad.

Y como el pastor de los salmos canta
los verdes prados y los arroyos de cristal
de su altiva y gloriosa sierra,
así llegaré a tu alma
como llega un profeta
en el ocaso de su vida.

Managua, 26 de Octubre de 2006
Tomado de su Libro «Los colochos de mi taller y Otras virutas»